Reforma Tributaria

El impuesto al consumo y el infierno de las buenas intenciones

04 de septiembre de 2025

César Camilo Cermeño

Socio de Martínez Quintero Mendoza González Laguado & De La Rosa
Canal de noticias de Asuntos Legales

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Existe un tipo de impuestos cuyo propósito no es aumentar el recaudo, es decir, engordar las arcas del Estado, sino que es mucho más noble: mejorar nuestras vidas, corrigiendo algunas externalidades o impactos perjudiciales de ciertas actividades, como los hábitos de consumo malsano al que nos conduce el libre albedrío y frente a lo cual nuestros padres de la patria deben aconductarnos. Por ejemplo, con los impuestos saludables, se busca evitar que las personas compren bebidas con alto contenido de azúcar, que no solo afectan su salud, sino que, por los riesgos asociados, impactan negativamente en el sistema de salud, que debe destinar recursos importantes para tratar problemas como la obesidad y toda la cadena de enfermedades que conlleva.

En este contexto, el proyecto de reforma tributaria que se presentó hace unos días, contempla modificaciones al impuesto al consumo de cervezas, cigarrillos y licores. La justificación oficial se construye sobre una narrativa idealizada de reducción de accidentes, violencia y enfermedades asociadas a estilos de vida hedonistas.

En la exposición de motivos del proyecto se señala: “gravar productos asociados con un efecto adverso en la salud de la población incide directamente en los hábitos de consumo, y se convierte en un mecanismo importante para gestionar riesgos asociados a la salud, abarcando accidentes de tránsito, patologías, mortalidad prematura, siniestralidad vial, deterioro de la salud mental y enfermedades crónicas”

Ahora bien, estos tributos, según la literatura, si son exitosos, tienen una vida trágica: están condenados a desaparecer bajo una lógica implacable. Si un impuesto de este tipo realmente es eficiente, logrará que se consuma menos aquello que es perjudicial y, por ende, su recaudo, con el tiempo disminuirá. Lograr su propósito, implicaría su muerte, como las arañas pescadoras macho que mueren después del apareamiento.

En esto también está de acuerdo el Gobierno: “El efecto esperado de estas modificaciones tributarias, tras el incremento en precios, ocasionado por el incremento en las tarifas de los impuestos, generaría menos consumo y, en consecuencia, beneficios en salud para la población”.

Sin embargo, si realmente el gobierno creyera en esta afirmación y no mintiera cuando perfuma la modificación del gravamen con un ansiado bienestar en la población, sus proyecciones financieras deberían ser coherentes y evidenciar que el recaudo en el impuesto, al disminuir el consumo, debería igualmente reducirse.

Pero las gráficas del Gobierno muestran que el recaudo por impuesto al consumo, de ser aprobada la reforma, pasaría de 7.8 billones en 2026 a casi 10 billones en 2030.

El impuesto no es noble en su espíritu, ya que en medio de estadísticas de salubridad, en líneas perdidas que son su corazón delator, se desnuda su real naturaleza recaudatoria,: “aún existe espacio para rediseñar la estructura impositiva actual e incrementar los precios (…) Estas medidas propenden corregir las externalidades negativas, reducir el acceso al alcohol en segmentos donde su consumo genera mayores daños y, simultáneamente, generar recursos fiscales adicionales para financiar políticas públicas compensatorias.”

Adicionalmente, si su propósito fuera combatir los embriagantes efectos de la cerveza, ¿por qué la norma incluye dentro del espectro del impuesto a la cerveza sin alcohol? ¿Cómo se explica esta inclusión si el objetivo es combatir los efectos nocivos del alcohol?

Tampoco es cierto que elevar hasta las nubes los precios de licores o cigarrillos, mejore la salud. En un estudio que sobre los estos últimos tuvimos la oportunidad de hacer con el Instituto de Ciencia Política Hernán Echavarría para la Federación Nacional de Departamentos – beneficiarios del recaudo del impuesto – se recordaba algo contundente: en el diseño del impuesto “debe considerarse precios que no fomenten aumentos en el contrabando ni lleguen a puntos de irracionalidad en donde los consumidores opten por sustituir su consumo por otras sustancias más perjudiciales.” A quien menos le conviene la irracionalidad es a los Departamentos.

A veces, predicar hacer el bien no es suficiente. Parafraseando a los psicólogos John Darley y Daniel Batson, “la verdad se convierte en un lujo cuando la necesidad de recaudo aumenta”. O como científicamente demostraron Peter M. Gollwitzer y Paschal Sheeran: existe evidencia que demuestra que es real el proverbio que reza que “el camino al infierno está empredrado con buenas intenciones.” (Gollwitzer y Paschal Sheeran, 2006. Ver también Orbell y Sheeran, 1998). Huxley fue más contundente: "El infierno no está simplemente empedrado de buenas intenciones, está amurallado y techado con ellas".