Opinión

El fenómeno Uribe (I)

03 de junio de 2014

Diego Cediel

Profesor Ciencias Políticas U. Sabana
Canal de noticias de Asuntos Legales

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Es posible que esos proyectos mantengan el poder debido a la confianza y respaldo manifestados por la ciudadanía, bien sea en las urnas o con altos índices de favorabilidad. Mientras que otros podrían sufrir severos castigos electorales al no colmar las expectativas políticas que despertó en campaña. Toda esta dinámica es sana, sobre todo en los asuntos del interés público. No obstante hay situaciones excepcionales que despiertan especial atención: la permanencia de proyectos políticos que parecían tener una coyuntural aplicación.

Parece que las grandes figuras del periodismo y de la intelectualidad nacional han querido, con una clara intención política, subestimar o ejercer ignorancia supina sobre el fenómeno electoral más exitoso de los últimos doce años en la política colombiana: Álvaro Uribe Vélez. Desde que ganó la presidencia, en la primera vuelta del año 2002 cada una de las contiendas electorales en las que ha hecho parte, le representaron incontestables victorias.

En 2002 derrotó a la máquina del ‘trapo rojo’ encarnada en Horacio Serpa, al movimiento de izquierda liderado por Luis Eduardo Garzón y al Movimiento Sí Colombia encabezado por Noemí Sanín. Con un registro electoral de más de cinco millones de votos con el eslogan de ‘Mano firme. Corazón grande’, Álvaro Uribe entra alas grandes ligas de la política nacional. 

Aunque cabe resaltar que no era un desconocido en el mapa electoral nacional. Ya se había terciado en esas lides para el Senado, la Alcaldía de Medellín y la Gobernación de Antioquia, con sus correspondientes victorias. Y, es precisamente en esos escenarios donde la democracia opera, a bandazos pero opera. Ante alarmantes cifras de inseguridad y dramáticas situaciones de desesperanza y desconcierto, Álvaro Uribe percibe que un mensaje contundente, más o menos coherente y con un actitud frentera y decidida, se capitaliza un caudal de votantes fieles.

Lo anterior puede ser el primer elemento de comprensión del fenómeno Uribe. Las ideologías siempre sirven de justificación para las actuaciones políticas y los acuerdos electorales. Así ha sido en la figura del Uribe electoral. En cada una de sus campañas electorales se empeña en articular la vehemencia de sus maneras con las sensibilidades de su electorado. Su experiencia campesina le ha enseñado que la franqueza en política tiene poca cuantía y, consciente de eso, forja empatías más allá de los discursos y la ideología. Le resulta, entonces, un mensaje directo y decidido con barnices de ideología conservadora que le grajean favores y enconos.

A pesar de que en cada elección los analistas e intelectuales confundan animadversiones con análisis y sepulten a los partidos tradicionales, Uribe sabe que las ideologías imperantes en el mapa electoral colombiano siguen siendo el liberalismo y el conservatismo. Que ello sea bueno o malo para la institucionalidad es cosa de otra discusión. Pero darse a conocer con la plataforma partidista liberal bajo el ropaje de un proyecto y un discurso conservador, fue una de las estrategias que más ha cautivado a los electores de Uribe. 

Uribe aprovechó un partido (el Liberal, no sobra precisar) con un electorado fiel y numeroso que le facultaría establecer en la memoria electoral, una serie de principios liberal-conservadores tanto en materia social como económica para fundamentar su recio talante. Si surgen dudas de ello, basta recorrer las nociones de nación, ciudadano y de política que exponía en cada uno de los discursos e intervenciones dando tanto en la presidencia como en sus demás cargos de elección popular y, se percibirá que en Uribe , el liberalismo y el conservatismo se aparan bajo el manto de una personalidad carismática y, en ocasiones, repelente.

Al unir al innegable carisma de Uribe, una desconfianza casi ancestral a los partidos políticos (que nunca se ha traducido en su desaparición), el electorado siente que esa figura rural es un líder político que funda su proyecto en una propuesta suprapartidista. No sobra recordar que, aunque viene de una estirpe liberal propia del oficialismo partidista, su impulso político para las elecciones de 2002 se debió al hastío del ciudadano por las insulsas promesas de los partidos Liberal y Conservador, la desesperanza generada por el rompimiento de los diálogos del Caguán, el incierto panorama económico y una masiva migración de colombianos buscando mejores rumbos.

Es claro que nada de ello había sido posible sin una estrategia discursiva que supiera sintetizar esos postulados en un mensaje claro y digerible. Prueba de ello han sido los eslóganes con los que ha dado sus golpes electorales. ‘Mano firme, Corazón grande’, ‘Adelante Presidente’ y ‘Por una Colombia distinta’ clan en lo más profundo del sentimentalismo electoral. 

El primero aludía a retomar la esperanza en la productividad y eficacia de las fuerzas sociales nacionales y encauzarlas para la construcción de un mejor país. El segundo persistía en ese mensaje, pero con el impulso que le habían dado los primero electores. Mientras que el tercero, en cuerpo ajeno, muestra que uno de sus más leales alfiles había llevado a Colombia por una senda en la cual no se siente cómodo. 

Hasta acá se ha entendido al fenómeno Uribe como un líder carismático con un profundo sentido de pertinencia en el manejo ideológico de la política. Es posible que se deba ahondar en su significación, porque por ahora, en la dinámica de la continuidad política, él pondrá de nuevo al presidente de los colombianos.