Opinión

Dos pasos adelante y uno atrás en competitividad

11 de julio de 2016
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Ante la fuerza emprendedora que caracteriza a los colombianos y de su merecida reputación de buenos trabajadores, siempre me he preguntado por qué la productividad colectiva es marcadamente inferior a la de muchos países donde las vacaciones son de 20 o 25 días al año, se toman dos horas para almorzar o trabajan por mucho hasta las cinco de la tarde. Ahora que sufrimos el paro de transportadores, uno más de todos los múltiples paros que hemos tenido que vivir en estos últimos meses y años, se me ocurre que la principal razón que explica por qué trabajamos el doble y producimos la mitad, es que tenemos la lamentable habilidad de deshacer con el codo lo que construimos con la mano.

Supuestamente tenemos una sofisticada política de competitividad que tiene origen en la proclama constitucional por la libre competencia y que se materializa bajo el Sistema Nacional de Competitividad creado por ley, el cual pretende articular todas las instancias del nivel nacional (Ministerio de Comercio, Colciencias, Ministerio de Agricultura, organismos técnicos, etc.) con los 32 Consejos Regionales de Competitividad, los Consejos Departamentales de Ciencia, Tecnología e Innovación, la empresa privada y las universidades. 

Aparte, el país ha mantenido una profusa política de suscripción de tratados de libre comercio, que en conjunto con otras políticas, busca inscribir al país en el contexto de la globalización y forzar el mejoramiento de la capacidad productiva de nuestras empresas para poder resistir la competencia abierta, y así poder aspirar a tener una renovada clase exportadora de bienes y servicios.

Mucha teoría filosófica que dista bastante de lo que pasa en el mundo terrenal del día a día, donde lo que florece es la politiquería regional que busca proteger los feudos de poder ya establecidos. 

La pretendida articulación nación-región, o empresa-sector público brilla por su ausencia, y sale a relucir el lado B del gobierno central, que dicta medidas de asistencialismo vulgar, anulando los buenos deseos de formar una casta empresarial de talla mundial capaz de producir bienes y servicios con la calidad y eficiencia de los mejores.

Se entiende que no es fácil lidiar con los paros que generan grandes perturbaciones en el funcionamiento del país y que afectan seriamente a la popularidad de los gobiernos, pero da mucho pesar ver cómo los mismos gobiernos que se la juegan a fondo por promover políticas para modernizar el aparato productivo, usan la puerta trasera para entregar subsidios sin sentido, crear o mantener gabelas anticompetitivas o, incluso, regalar dinero para apaciguar revueltas. 

Por supuesto que no se trata de promover una escuela de gobierno insensible a la realidad social del país, o negar la necesidad y la importancia de ciertas políticas puntuales y temporales de asistencia a poblaciones vulnerables, pero eso es muy distinto a permitirse el lujo de cruzar líneas rojas, desvaneciendo los efectos de las políticas prioritarias de interés general de mediano y largo plazo. Es algo así como  hacer ejercicio todas las mañanas, para luego comer desmedidamente en las tardes.