La esclavitud del capitalismo
07 de mayo de 2018Contenido
En su libro Psicopolítica (Herder, 2014) el filósofo de origen surcoreano Byung-Chul Han hace una crítica despiadada del capitalismo que, independientemente de que comparta o no, resulta supremamente interesante. Sostiene Han, quien ha desarrollado su carrera en Alemania y en alemán, que la receta que la humanidad ha encontrado para adquirir mayor libertad se convirtió, paradójicamente, en una forma de autocoacción, que limita aún más las decisiones humanas, y cuyo origen está en la endiosada cultura al rendimiento. Hemos pasado, dice Han, de una mera esclavitud a una esclavitud absoluta, pues el sujeto de la sociedad capitalista se explota a si mismo de forma voluntaria. El sujeto neoliberal, como empresario de sí mismo, “no es capaz de establecer relaciones que sean libres de cualquier finalidad”. Al fin de cuentas, se dice, el neoliberalismo es un sistema inteligentemente diseñado para explotar la libertad. Es inteligente y mucho más eficiente porque es una explotación, dice Han, que cuenta con la voluntad del propio explotado, quien consiente en reprimir su libertad, en aras del sistema. Agrega, además (como si fuera poco) que la libre competencia es la forma de reproducción del capital, el que se multiplica relacionándose consigo mismo.
La visión de Han, va más allá de Marx, pues no se limita a describir la explotación que surge entre empresario y empleado, porque en el neoliberalismo moderno el empleado se convierte en empresario por su voluntad, y es allí donde profundiza su estado de dependencia del poder absoluto del capital. Tampoco se queda en el concepto de multitud cooperante de Antonio Negri, sino que repara en la soledad del nuevo empresario aislado en su caverna, explotador de sí mismo. Así, la autoexploración del mundo moderno afecta a todas las clases y no se limita al proletariado. El sistema, basado en la “voluntad” (alienada) nunca fracasa, porque está diseñado para que quien tiene un bajo rendimiento “se hace a si mismo responsable y se avergüenza”, en lugar de poner en duda el sistema.
La andanada de Han se dirige también contra el mundo digital, a lo que llama la “dictadura de la transparencia”, pues, en su decir, las redes sociales se equiparan a panópticos omnipresentes que vigilan y explotan. Los cibernautas, residentes del panóptico digital, se comunican intensamente y se desnudan en la red por su propia voluntad. Allí, como en el neoliberalismo, la sociedad hace un uso intensivo de la libertad. La competencia de la información lleva a la sociedad a un proceso colectivo de “desinteriorización” en virtud del cual lo privado cede y se va generando una sensación de conformidad, en donde cada quien vigila al otro. Todos terminamos siendo moderadores invisibles del comportamiento ajeno, donde el Big Brother no es ya un tercero oculto en la distancia, sino unos ojos que están metidos entre nosotros mismos.
Mientras muchos creían que las redes sociales le dan un rol más activo y deliberante al usuario (prosumidor, como algunos llaman), Han entiende que en la red digital solo queda espacio para una participación en la forma de reclamación o queja, que hace a las personas más espectadoras que antes. Es una nueva democracia de espectadores. Luego, Han no cree en el concepto constitucional de autodeterminación informativa, pues, en su criterio, reina una verdadera crisis de la libertad que nos dirige a la época de la psicología digital donde, a través del big data, podremos pronosticar el comportamiento humano y las personas terminarán siendo predecibles y más controlables.
Es claro que para mí el análisis cáustico de Han no se puede compartir a plenitud, pues, son también innegables las ventajas enormes del capitalismo y la competencia, pero bien vale la pena reflexionar sobre los efectos colaterales de este modelo imperfecto en el que nos vemos inmersos día a día.