La libertad del empresario

Luis Alfonso Riveros

Desde joven, Julieta mostró ímpetu por generar valor en todo tipo de actividad. Constantemente proponía negocios a sus compañeros, casi siempre relacionados con las tareas de matemáticas. Su fama de negociante se la debe a la ocasión en que propuso a sus amigos que le entregaran un dinero y ella se los retornaría con cierta ganancia, a cambio de un porcentaje sobre la ganancia.

Julieta descubrió que calles arriba de la suya vendían al doble de precio, los mismos dulces que en su barrio. Su idea era sencilla, con el dinero de sus amigos, compraría dulces al lado de su casa y luego los vendería a un mayor valor cuadras arriba. La idea resultó y Julieta continuó su negocio en el barrio Papillon hasta que fue a la universidad para empezar sus estudios como economista.

Años después, Julieta constituyó una compañía dedicada a invertir en oportunidades para generar valor. Con el tiempo, fue consciente de la necesidad de capital para su negocio: si lo que quería era crecer al nivel de los grandes empresarios en Rojem, necesitaría un respaldo financiero sólido.

Fue así como encontró inversionistas que inyectaran el capital necesario. Prefirió ceder el control en Focal S.A. a cambio de crecer. Ella, sería la administradora de la compañía. En pocos años la sociedad se convirtió en la más grande de Rojem. La fama de Julieta se conocía en todo el mundo empresarial del país.

Un mal día, Julieta decidió participar en una arriesgada operación en la que debía garantizar cuantiosas sumas con los activos de la compañía. Siguió sus instintos, se informó con expertos financieros y firmó los contratos. Focal no pudo soportar las cargas económicas, hasta que fue necesario hacer efectivas las garantías. La compañía terminó quebrada y lo único que se esperaba era su liquidación.

El caso llegó al conocimiento del juez Marco Aocho, tradicional jurista defensor de los ritos legales. Al contrastar los hechos con las normas jurídicas, sagradas desde tiempos napoleónicos, la conclusión fue que Julieta actuó con culpa y, por ende, debía reparar las consecuencias. El mensaje fue claro y directo: las decisiones de los administradores deben ser seguras, pues serán la compañía y sus accionistas quienes sufran las consecuencias de sus equivocaciones. Julieta solo pensaba: “también son ellos, sociedad y accionistas, quienes disfruten los aciertos de los administradores y, en ese caso, nadie recordará que, en principio, siempre existió riesgo”.

Decepcionada del sistema, sin dinero, sin trabajo, pero con ideas, decidió salir de Rojem con destino a Colombia. La noticia fue primera plana: la empresaria más famosa del país huye despavorida en busca de futuro para sus negocios.

Ernesto, abogado societario colombiano, explicó a Julieta que en Colombia el régimen de responsabilidad propende por un justo equilibrio entre la labor de los administradores y la responsabilidad que generaría el incumplimiento de su gestión. El elemento esencial en la búsqueda de tal equilibrio es la regla de la discrecionalidad, que permite a los empresarios tomar decisiones sin temor a que sean objeto de reproche judicial.

Julieta entendió que en Colombia podría desarrollar su actividad con libertad, pues la jurisprudencia ha reiterado que a los jueces les está vedado escudriñar las decisiones de negocio de los administradores, debido a que estos deben gozar de plena libertad para tomar sus determinaciones.

Ernesto, también advirtió que la regla de la discrecionalidad no implica que los administradores no tendrán control judicial en el ejercicio de sus funciones, pues los jueces han dicho que el límite de la regla está en conductas desinformadas, ilegales, abusivas o en conflicto de interés.

Julieta comenzó a tener nuevamente éxito en su carrera y recuperó su prestigio. Hoy día, Rojem está implementando el modelo societario que funciona en Colombia, para incentivar la actividad empresarial.

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