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El deporte organizado también tiene una faceta de eficiencia y aporte a la sociedad que vale la pena analizar y tener en cuenta, para resolver el dilema frente a las plataformas digitales y los gigantes tecnológicos, respecto a qué tanto se debe intervenir o si, con la sola aplicación de ley basta.
¿Cuál es el escenario actual?
La mirada se ha trasladado a los monopolios que con nuestra complacencia, manejan los deportes más populares del mundo, quizá porque de cierta forma percibimos que ellos nos traen ventajas como consumidores, pero que en los último días nos han recordado que, finalmente, son monopolios.
De un lado, el monopolista aplasta la competencia. La “Superliga de Fútbol”, con la que uno puede no estar de acuerdo, no fue más que un intento de montarle competencia a los torneos de la Uefa y la Fifa por la billonaria torta publicitaria, que fue rápidamente aplastado.
De otro lado, la ambición del monopolista no tiene límites. El béisbol es un monopolio protegido en los Estados Unidos a partir de un fallo de la Corte Suprema de 1922 que exceptuó a esta actividad de la aplicación de la norma antimonopolio, pero que se encuentra bajo el escrutinio del Congreso por la propuesta de tres senadores republicanos de eliminar la gabela de la Corte, como retaliación por la decisión de las Ligas Mayores del Béisbol (MLB, por sus siglas en inglés, el equivalente a la Fifa) de cambiar la sede del juego de las estrellas del año 2021 de Atlanta-Georgia a Denver- Colorado, por la aprobación de una legislación en el estado de Georgia, de mayoría Republicana, que a la luz de los analistas tiene como objetivo obstaculizar el ejercicio del derecho al voto de afroamericanos y minorías, que fue el sustento del triunfo demócrata en ese Estado.
Se ha demostrado que monopolios o empresas con gran poder económico impiden u obstaculizan la competencia, no son eficientes y pueden producir menos para encarecer sus productos. Sin embargo, en el deporte, esas organizaciones se han encargado de entregar un espectáculo cada vez mejor para los consumidores y enviando mensajes positivos a la sociedad; los torneos continentales y el mundial de fútbol paralizan el planeta, lo mismo el béisbol, que con menos difusión a nivel global mueve tanto dinero y ofrece un espectáculo quizá mejor que el fútbol.
A su vez, existe una competencia feroz por contratar los mejores jugadores y técnicos para ganar mayor audiencia y fanáticos que sean capaces de comprar un distintivo del equipo que vale a veces casi un salario mínimo. Pero, también en los escenarios donde se juegan los partidos el público se ve sometido a adquirir alimentos y souvenirs a precios mucho más altos que el mercado y quienes no pueden asistir a los estadios deben muchas veces pagar por ver los juegos.
Frente al reto de las plataformas y grandes empresas tecnológicas y de todo tipo, no hay que dejarse llevar por viejos prejuicios. El poder de mercado a veces puede ser necesario para generar eficiencias difícilmente logradas de otra manera, de ahí el cuidado al aplicar las normas antimonopolio y al regular.