Opinión

VII Cumbre de buenos resultados

16 de abril de 2015
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A cambio de ello, el presidente panameño, Juan Carlos Varela, se apresuró a presentar una postura “institucional” en la que poco de lo acordado se conoció, ya que los lineamientos relativos a compromisos adquiridos por los Estados se fueron directamente a los organismos internacionales interesados o comprometidos con ello.

Muchos de quienes siguieron de cerca tal reunión se han pronunciado para endilgar, por una vez más, toda la responsabilidad a los Estados Unidos y Canadá. Señalan a los dos Estados norteamericanos de ser los culpables de la inexistencia de una declaración final. 

Sin embargo, ello ha de ser inexacto, por no decir mentiroso, dado que las dificultades para lograr una sección preambular que dejara a los 35 países del continente satisfechos con lo expuesto evidenció que no fueron sólo dos los Estados reacios a la firma, sino muchos más. 

La canciller panameña, Isabel de Saint, lo expresó en varias oportunidades durante el encuentro. No fue un asunto exclusivo de unos pocos Estados sino más bien resultado directo de la heterogeneidad política continental lo que dificultó alcanzar un consenso para emitir una declaración final de la Cumbre de las Américas.

Sin embargo, esta vez la sensación es bien diferente a la de anteriores encuentros. La no existencia de ese documento que sella protocolariamente un evento de esta naturaleza no es motivo para restarle importancia a lo sucedido en Panamá. 

Por parte de Washington se ratificó el compromiso para trabajar de la mano con los gobiernos que acepten sus premisas y postulados liberales. 

Así mismo, por parte de muchas naciones latinoamericanas existe una evidente distensión frente al gobierno de los Estados Unidos.

El caso específico de Venezuela quedó notablemente neutralizado por un discurso estadounidense de trabajo cooperado y abierto a la crítica. Esta vez no hubo manera para que arengas arcaicas de lucha contra el imperialismo tuvieran eco. Contrario a ello, resultó sorpresivo que a Nicolás Maduro, el líder de una de las revoluciones más populares de los últimos tiempos, le recibieran a golpe de cacerola, en el centro de convenciones de Atlapa.

Raúl Castro, otro de los actores de los que se esperaba con ansiedad alguna intervención dirigida contra Washington, desarmó a todos los anti estadounidenses con una frase de perdón dirigida al presidente Obama. 

Exagerado para algunos, acorde para otros, lo cierto es que muy pocos esperaban escuchar una alusión de este tipo en la cumbre del fin de semana. Con ello, las tensiones fueron casi inexistentes. Sólo a Daniel Ortega y Rafael Correa se les escucharon algunas frases disonantes, aunque sin trascendencia alguna, en realidad.

El continente pasa por un buen momento. Más de 50 años sin presenciar cosas como estas hacen pensar que habrá posibilidades interesantes para las naciones que en él se encuentran. Colombia, por ejemplo, es otro de los Estados de buen desempeño en la Cumbre. 

Apoyo unánime e irrestricto a las conversaciones y negociaciones que se adelantan con una guerrilla tan antigua y obsoleta como el mismo bloqueo a Cuba; además de aceptación de un relativo liderazgo en diversos temas que el país ahora quiere promover.

Sin duda, la VII Cumbre de las Américas fue positiva. A los pesimistas (que no son pocos) les redujeron los argumentos para referirse a la inutilidad de la misma.